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Horror

El Espejo de la Abuela

Sinopsis: Tras la muerte de su abuela Rosalía, Clara —una joven restauradora de arte— hereda la vieja casona familiar enclavada en un pueblo remoto, envuelto en supersticiones y secretos. La casa, que siempre le causó una extraña incomodidad desde niña, guarda intactos los objetos personales de la anciana… excepto por uno: un gran espejo barroco cubierto con una sábana negra y sellado con clavos oxidados. Pese a las advertencias del notario y las historias de los vecinos, Clara decide quedarse unos días para ordenar los papeles de la herencia. Una noche, impulsada por la curiosidad, retira la sábana del espejo. A partir de ese momento, la casa comienza a cambiar. Los relojes se detienen a las 2:17, se escuchan pasos en los pasillos vacíos y el reflejo del espejo muestra cosas que no están allí... o que aún no han sucedido. Atrapada entre visiones perturbadoras, voces del pasado y una historia familiar que nunca le contaron, Clara empieza a descubrir que su abuela no era la mujer dulce que recordaba. El espejo no solo muestra lo que fue, sino también lo que exige ser repetido. Y a veces, mirar demasiado tiempo… es una invitación. ¿Qué vio la abuela Rosalía en ese espejo antes de morir? ¿Y qué quiere que Clara vea ahora?

May 26, 2025  |   14 min read

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El Espejo de la Abuela
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Capítulo 1: La Herencia

La lluvia ca�a con la parsimonia de un reloj antiguo, golpeando los cristales del tren como si intentara contarle algo a Clara. Hab�a dejado la ciudad esa misma ma�ana, con una maleta ligera y el coraz�n a�n m�s liviano. La llamada del notario le hab�a parecido surrealista: su abuela Rosal�a hab�a muerto, y ella era la �nica heredera de la vieja casona familiar en el pueblo de Santa Luc�a de los Sauces.

No recordaba la �ltima vez que hab�a pisado esa casa. Quiz�s a los diez, o tal vez a los ocho. Solo sab�a que cada recuerdo vinculado a ella estaba cubierto por una bruma espesa: el olor a alcanfor, la quietud abrumadora, y aquella sensaci�n - tan absurda como innegable - de ser observada, incluso cuando estaba sola.

Cuando el tren lleg� a la peque�a estaci�n, el mundo parec�a detenido. El aire estaba impregnado de tierra mojada, hojas podridas y le�a quemada. Clara baj� del vag�n y camin� hacia la �nica figura que la esperaba: un hombre bajo, vestido de oscuro, con sombrero y paraguas.

- �Se�orita Clara Montenegro? - pregunt� con voz grave.

- S�.

- Soy Ernesto G�lvez. El notario. Su abuela me dej� instrucciones precisas para recibirla.

Durante el trayecto en coche, Ernesto habl� poco. Se limit� a explicar los asuntos legales: la casa, los terrenos, el contenido. Todo pasaba a su nombre. Pero hubo algo en su voz cuando mencion� la casa que hizo que Clara lo mirara de reojo.

- �Tiene usted? alguna idea de lo que hay all� dentro? - pregunt� ella, intentando sonar casual.

El notario dud� antes de responder.

- Solo le dir� que do�a Rosal�a era una mujer muy? particular. Y que algunas cosas deber�an quedarse como est�n. En especial... ciertas habitaciones.

La casona apareci� entre la neblina como una figura dormida. Los balcones de hierro forjado colgaban oxidados, y la pintura beige de las paredes se hab�a rendido ante el tiempo. El port�n de entrada cruji� al abrirse, como si protestara por ser molestado.

Adentro, la casa ol�a a humedad, a madera vieja, y a lavanda seca. Clara camin� lentamente, dejando que los recuerdos se levantaran como polvo del suelo. Las sillas tapizadas, los crucifijos en cada esquina, los relojes antiguos, todos detenidos a las 2:17.

La habitaci�n de su abuela estaba intacta. Sobre la c�moda, una foto en blanco y negro mostraba a Rosal�a joven, seria, de mirada penetrante. A un lado del armario, cubierto por una s�bana negra que casi tocaba el suelo, se alzaba un gran objeto rectangular. Clara se acerc�, pero no lo descubri�.

- Eso deber�a quedarse cubierto - dijo Ernesto desde el umbral, con los ojos fijos en el bulto - . Su abuela... insist�a en ello.

Clara no respondi�. Algo en la forma del objeto, en su presencia imponente, le revolvi� el est�mago.

Esa noche, cuando se acost� en la vieja habitaci�n del segundo piso, el sonido del reloj del vest�bulo no marc� la medianoche. Se detuvo en seco.

Y en alg�n rinc�n de la casa, algo - o alguien - parec�a respirar.

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